Vivir en un síndrome constante donde la agonía reside en la insuficiencia de tiempo para retener todo lo que nuestra retina nos ofrece a cada segundo. Sentirse como un ser vulnerable, efímero y a la vez incapaz de controlar el grado de belleza residente en unas pinceladas puestas sobre un lienzo, un bloque de mármol tallado o una partitura interpretada. Experimentar, creer renacer en cada imagen, sonido, olor...
Y no querer volver a la realidad.
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